El caso del soldado japonés
Uno de los principales obstáculos que tenemos las personas para cambiar nuestras emociones y conductas limitantes son nuestras creencias inconscientes. Nuestra realidad se crea y consolida, en gran medida, por lo que creemos de nosotros mismos y de los demás. Son muchas las personas que tienen creencias limitantes sobre su propio valor personal. Estas creencias están allí cumpliendo un extraño mandato: defendernos.
Si queremos hacer algo importante y tenemos una creencia que nos dice “no somos capaces”, “no eres lo suficientemente bueno” o directamente “eres un desastre”, ésta nos provocará un sin fin de problemas para evitar que suframos en el intento de lograr nuestro cometido. Su misión es protegernos; ella cree que no podremos y nos defenderá del dolor seguro que (según nuestra creencia limitante) nos provocará la decepción y la frustración del fracaso. Ella cree que no somos capaces y nos quiere evitar la desilusión y el dolor pero a un altísimo costo emocional. Nuestras creencias son como soldados, están allí para defendernos y no aceptarán fácilmente que las cambien o reemplacen por otras. Como lo que le ocurrió al soldado japonés Hiroo Onoda.
Luego que las explosiones atómicas en Hiroshima y Nagasaki los japoneses se rindieron ante los EE. UU. Sin embargo, la enorme extensión del teatro de operaciones del Pacífico, la cantidad de pequeñas islas que se habían ocupado y el particular sentido del honor de los soldados japoneses hicieron que muchos de ellos corrieran un futuro incierto aislados en la jungla, y en otros casos, que continuaran allí sus vidas negándose a creer que la guerra hubiese terminado.
El caso más famoso es el de Hiroo Onoda. Él trabajaba para una empresa de comercio en China cuando fue reclutado por el ejército en 1942. En diciembre de 1944 fue enviado a Lubang, una pequeña isla de las Filipinas, con la misión de obstaculizar la invasión americana, de resistir hasta que se le ordenara lo contrario y con órdenes expresas de no rendirse ni quitarse la vida. Los americanos desembarcaron poco después y para febrero de 1945 casi todos los hombres de su unidad estaban muertos o se habían rendido, con excepción de él y otros tres compañeros. Estos hombres, para mantenerse vivos y defenderse de lo que ellos creían que era el ataque enemigo, se movilizaron a las montañas y sobrevivieron en la selva, cazando, robando y atacando aldeas cercanas. A medida que pasaba el tiempo Onoda fue perdiendo a sus compañeros en diferentes incidentes, hasta que quedó solo.
Durante dos años más siguió con su “misión”, descreyendo de todo aquel que le informaba que la guerra había terminado. En febrero de 1974, treinta años después de finalizada la guerra, se encontró con un excursionista japonés llamado Suzuki que había acampado en las montañas. Suzuki era un estudiante que había decidido salir a conocer el mundo y quien había prometido a sus amigos no volver hasta encontrar al teniente Onoda, a un panda y al Yety. No sé si posteriormente encontró al abominable hombre de las nieves y al panda, pero el caso es que consiguió hacerse amigo de Onoda y trató de convencerle de que se rindiera.
El persistente y leal soldado japonés replicó que no podía hacerlo hasta recibir la orden del oficial que le había asignado su misión, de modo que Suzuki tuvo que viajar a Japón y volver con el comandante Taniguchi, quien treinta años antes había dado la orden de resistir a toda costa. En marzo de 1974 Hiroo Onoda se rindió al fin y fue recibido en Japón como un héroe.
Nuestras creencias son como este soldado japonés, están allí porque en algún momento nos sirvieron y seguirán con su misión, sin bajar sus armas, hasta que quien le dio la orden de defender la posición le comunique lo contrario. En el caso de Onoda llamaron a su comandante, en nuestro caso es nuestra voz interior quien tiene que intervenir. Una vez más nuestra comunicación personal, la forma en que nos hablamos a nosotros mismos, es la clave para el cambio. Dependerá de nosotros identificar al soldado que sigue allí, en nuestro interior, atrincherado y defendiéndonos de algo que quizás ya no tiene sentido.
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